Lo woke y el populismo
✍️ Por Adrián Rocha.1
La cultura woke se ha instalado en las democracias occidentales a partir del activismo. En ese sentido, es importante tener en cuenta que lo woke es, ante todo, un movimiento ideológico y cultural que no tiene una predeterminación de orden nacional, geográfica o étnica. Si bien las raíces históricas de lo woke se remontan a las tácticas adoptadas por las comunidades afroamericanas para “estar despierto”, precisamente, ante posibles actos de racismo, lo que hoy entendemos por wokismo va mucho más allá del tradicional sentido del término y, por sobre todas las cosas, del movimiento tal como se lo conoció.
El wokismo, tal como se dijo, es un movimiento ideológico y cultural, y su principal estrategia de diseminación social se lleva a cabo a través del activismo. Lo woke no es una teoría o una filosofía moral con sólidas bases epistemológicas. Por el contrario, el wokismo es una abigarrada mixtura de posiciones políticas surgidas al calor de activismos híbridos que van desde el ecologismo radical hasta el feminismo y la teoría queer. Así, no es casual –aunque sea muy contradictorio– que dentro de la cultura woke coexistan colectivos feministas y LGTB que apoyan, por ejemplo, lo que denominan “la causa Palestina”, minimizando el accionar del grupo terrorista Hamas y participando activamente en marchas y manifestaciones en contra de Israel. Lo paradojal de estas expresiones de lo woke es que todos esos activistas no podrían ejercer ese derecho a la protesta ni mucho menos su condición abierta de homosexuales, ecologistas o feministas en Palestina, y, a decir verdad, en casi ningún país de Oriente Medio, con excepción, paradójicamente, de Israel, en donde existe una democracia liberal y hay garantías constitucionales.
El wokismo es una doctrina, pero no en un sentido teórico, sino más bien político, enfocada fundamentalmente en múltiples formas de activismos, que van desde la “intervención” en el espacio público para generar “situaciones” que “despierten” a los ciudadanos respecto de determinadas cuestiones, hasta acciones concretas como manifestaciones, escraches a personas o instituciones, y la demonización del pasado histórico con fines de politizar y manipular el presente.
Activismo con aspiraciones hegemónicas y extorsión moral
Esta forma de activismo comparte mucho con el populismo. Si bien este fenómeno es mucho más complejo y presenta una articulación con las dinámicas políticas y societales que se dan en cada país, lo woke tiene una serie de rasgos que pueden ser claramente identificados como populistas. Uno de ellos, acaso el más evidente, es el que opera a través de la figura retórica de la sinécdoque: esto es, la parte que representa al todo. El teórico más importante del populismo, Ernesto Laclau, lo planteó de una forma contundente:
Hemos afirmado que, en una relación hegemónica, una diferencia particular asume la representación de una totalidad que la excede. Eso otorga una clara centralidad a una figura particular dentro del arsenal de la retórica clásica: la sinécdoque (la parte que representa al todo). Y esto también sugiere que la sinécdoque no es sólo un recurso retórico más, que simplemente es agregado a la taxonomía junto a otras figuras como la metáfora o la metonimia, sino que cumple una función ontológica diferente.
Laclau, 2005, p.97
Sin adentrarnos en la problemática filosófica en torno de la función ontológica que cumple la sinécdoque en toda dinámica populista, es importante destacar lo que en este fragmento aparece con nitidez respecto del populismo, que asimismo aplica a lo woke: en primer lugar, que la cultura woke pretende deliberadamente imponer una agenda y, por esa razón, tiene aspiraciones hegemónicas. Es cierto que todo movimiento político o social buscará siempre imponer su agenda, pero esa búsqueda, cuando se trata de actores democráticos, siempre se intentará realizar a través de los canales institucionales que la democracia republicana ha establecido para ello. Se trata de los partidos políticos, de la representación parlamentaria, o de las denominadas organizaciones del “tercer sector”. El sistema liberal republicano dispone de un vasto cúmulo de vías institucionalizadas para canalizar el conflicto político y las demandas que la misma dinámica del progreso y de las crisis incluso generan.
En este sentido, lo woke parte de un activismo que renunció de antemano a las vías institucionales que ofrece el republicanismo liberal. Pero lo más revelador es que esa renuncia ha sido montada como una estrategia. Lo woke no tiene ningún interés en canalizar por las instituciones sus demandas. Por el contrario, lo que busca la cultura woke es romper la democracia a partir de una lógica amigo-enemigo mediante la cual los ciudadanos se ven ante una suerte de extorsión moral, en la que deben decidir si están de un lado o del otro.
Ante este escenario dicotómico que el activismo woke ha pergeñado intencional y estratégicamente, toma fuerza su vinculación con las dinámicas populistas, pues a través de esta estrategia de dividir a la sociedad y de romper los consensos republicanos de la discusión democrática, lo woke busca capturar adherentes que podrían comulgar con el trasfondo de justicia que aparentemente (y solo en apariencia) anida en sus reclamos. Esta búsqueda de adherentes “indecisos”, es decir, de personas con un sano sentimiento de justicia, pero sin temperamentos vengativos, es en donde lo woke se vuelve plenamente populista, pues adopta la función de la sinécdoque: se plantea como una parte de la sociedad que pretende representar al todo. Ese “todo”, desde ya, nunca refiere a la totalidad de los ciudadanos. Se trata más bien de un “todo” que refiere a todos aquellos que podrían, potencialmente, comulgar con determinadas ideas que lo woke promueve, aunque en el fondo no se sientan de acuerdo con el modo autoritario con que lo woke plantea esas ideas.
Es en este momento donde la “operación hegemónica”, cara a la forma política populista, adquiere consistencia sociológica, pues en la medida en que aquellos que se sientan extorsionados moralmente por lo woke no encuentren otra vía de canalización para sus demandas, terminarán de alguna manera u otra imantados por esta ideología, por la simple razón de que el maniqueísmo ha sido siempre un eficaz método para imponer una agenda: en eso consiste la lógica amigo-enemigo.
Lo woke ha logrado así imponer su agenda en espacios y franjas etarias muy concretas: las universidades, con foco en el alumnado, los espacios artísticos y las actividades urbanas, así como en el lenguaje de las redes sociales. En este universo, lo woke ha logrado calar hondo debido al atractivo que suscita entre los más jóvenes una oferta cultural de tipo contestaria, moralmente reactiva, en muchos casos violenta, y con una justificación ideológica que comparte la intensidad de movimientos clásicos como el comunismo o el fascismo.
La intensidad de lo woke es abiertamente antiliberal
La intensidad en el activismo es una de las históricas causas de la división social y de la guerra civil. Toda forma de intensidad, en la medida en que escale y tome una postura inamovible, adopta la forma de la teología política, que consiste en considerar que las causas propias son tan exactamente veraces y moralmente intachables que no hay razones para siquiera escuchar los argumentos opuestos. La teología política culmina con la eliminación de toda disidencia porque, dentro de su propia lógica, aquellos que se consideran portadores de la verdad, por un desencadenamiento lógico no pueden al mismo tiempo considerar que el adversario pueda tener alguna porción de la verdad. Es un juego de suma nula, que en el terreno democrático se vuelve peligroso. Si el activismo de lo woke escala mediante su intensidad hacia espacios de poder, lo que tendremos son nuevas formas de Estados autoritarios, en los que el liberalismo quedará anulado, con el peligro que eso conlleva, pues la democracia, tal como indicó Norberto Bobbio, está imbuida de liberalismo, y este a su vez ha influido en lo que hoy entendemos por democracia:
Hoy sólo los estados nacidos de las revoluciones liberales son democráticos y solamente los Estados democráticos protegen los derechos del hombre: todos los Estados autoritarios del mundo son a la vez antiliberales y antidemocráticos.
Bobbio, 1989, p.48
La incompatibilidad entre la democracia liberal republicana y la intensidad propia de la teología política es lo que aparece como telón de fondo entre lo woke y la cultura liberal. La radicalización de lo woke ha adoptado la forma de la teología política, y costará mucho persuadir a tanta gente de que el camino no es por la vía de la superioridad moral. La democracia y el pensamiento liberal parten de un apotegma tan simple como necesario: ningún argumento propio puede considerarse absolutamente correcto.
- Bibliografía:
- Bobbio, N. (1989). Liberalismo y democracia. México: FCE.
- Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: FCE:
- Politólogo, consultor en asuntos estratégicos y especialista en relaciones internacionales. Ha realizado cursos de doctorado en la Universidad del Salvador. Miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Autor de Populismo, un enfoque crítico. Editorial Almaluz. Buenos Aires: 2025. ↩︎