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Chile: sentido autocrítico en la derecha perspectivas del estallido social

Por Carlos Cantero [1]

Participo en múltiples foros y conferencias, donde se reúne la Derecha y la Centroderecha de Latinoamérica, para reflexionar sobre sus desafíos doctrinarios y políticos. En diversas ocasiones se me ha pedido explicar la crisis que enfrentó la Derecha chilena.  El sector no ha mostrado sentido autocrítico, observándose una actitud de negación, donde nadie asume responsabilidades. Considero oportuno y positivo reflexionar, para intentar explicar el fracaso de la Derecha y el colapso del modelo, justamente cuando el sector ejercía el poder, en un segundo gobierno, desde el retorno de la Democracia. Muchos en la Derecha global pueden aprender lecciones de los aciertos, que son muchos, y también de los errores, de la interesante experiencia acumulada.

El modelo neoliberal, impuesto en dictadura, muestra luces y sombras. De sus luces, todos han querido sacar provecho, la Izquierda, el Centro y la Derecha, frente a sus sombras hay orfandad, nadie reconoce esa relación. Es evidente que quienes montaron el modelo en Chile, fueron personajes de la Derecha, que persuadieron a las autoridades de la época. Luego, lo gestionaron con relativo éxito y unos cuantos deslices. En el tiempo, volvió la democracia y se dieron una serie de Gobiernos de Centro Izquierda, que administraron exitosamente el modelo, con el tutelaje de discípulos de Chicago, en obediencia con la institucionalidad supranacional de la globalidad: B.M.; OCDE; OMC, etc. La Derecha que originalmente promovió la Economía Social de Mercado, en el camino castró el sentido “Social”, identificada solo con el Mercado.

La radicalización del modelo (neoliberal) impuso un enfoque filosófico exacerbadamente mercantilista (materialista), individualista y consumista, en el que la persona valía por su capacidad económica. Esto determinó el acceso (o no) de las personas a los beneficios del desarrollo: salud, educación, seguridad, recreación, etc. Los bienes públicos fueron precarios (y de mala calidad), los bienes privados (de buena calidad) inalcanzables para la gran mayoría. Desde el Gobierno y el Parlamento, se exaltó el valor de la propiedad privada, pero, con escasa atención a los bienes públicos, que importan e impactan en la gente y su calidad de vida, en particular la salud, la educación, la seguridad ciudadana y la previsión, se degradaron, en comparación con las expectativas que se promovieron.

La paradoja en la crisis del modelo chileno es que no fracasó por la pobreza o escasez en la generación de riqueza, como ha ocurrido tradicionalmente en América latina. Por el contrario, fue por abundancia. En efecto, el modelo fue altamente exitoso en la generación de riqueza. La crisis y colapso del modelo de desarrollo chileno, se produce por la concentración de la riqueza, la mala distribución del ingreso y el debilitamiento de los bienes públicos, conceptualmente y en calidad. También jugaron su papel los abusos, faltas de criterio, el desprecio por el mérito, el debilitamiento de la probidad y el despliegue de la corrupción.  En paralelo, mientras se deterioraban los bienes públicos (seguridad ciudadana, hospitales y escuelas), progresivamente estos se fueron privatizando, en una perversa relación copulativa.

En Chile, no se puede afirmar que la Derecha sufrió una derrota ideológica. En la mentalidad ciudadana ha triunfado la lógica del emprendimiento, que se ha instalado transversalmente en toda la sociedad y en todos los sectores socioeconómicos. Se ha viralizado la idea que cada cual es constructor de su futuro, gracias a la libertad de emprendimiento, la autogestión de su propio destino, con base en su esfuerzo y trabajo. Lo vemos en la emergencia de industrias y comercios, hasta pequeños emprendimientos domésticos: amasanderías, lavado y planchado, corte y confección de ropa, zapatería y peluquería, entre muchas otras iniciativas, en los sectores poblacionales inclusive. Aunque hasta ahora, la derecha no tiene consciencia de este tremendo logro, ni lo ha reclamado como un éxito. La cultura del emprendimiento es el más importante triunfo ideológico, de proyección global, que constituye un cambio cultural, observable transversalmente en todos los sectores de la sociedad chilena.

Específicamente en los dos Gobiernos de Derecha, la debilidad estuvo en una serie de errores NO forzados y un muy criticado entreguismo frente a las presiones de la Izquierda, tanto en el Parlamento, como en el Gobierno, que por supuesto también alcanza a los partidos políticos. Se criticó el escaso sentido de lo social, la mala lectura de las urgencias de la ciudadanía, un liderazgo político deslegitimado, dogmatismos economicistas, endogamia sociocultural y evidente nepotismo. La instalación del equipo de gobierno estuvo centrada en la persona del Presidente y poco comprometida con un proyecto político de la coalición que lo acompañó. Más que sumar voluntades, aglutinar adhesiones y ampliar su base política, se observó la cultura de desagregación, divisiones, constantes descuelgues de parlamentarios, militantes y autoridades. De hecho, la consecuencia de esos errores fue que, en la elección presidencial siguiente, el sector terminó tan debilitado y dividido, que incluso no logró imponer un candidato presidencial de sus filas, emergiendo el Partido Republicano y su candidato presidencial. Esa tendencia continuó luego en la segunda elección de Constituyentes, en la que los Republicanos obtuvieron un triunfo inapelable. Y, muy probablemente, esa tendencia se mantendrá, ya que la derecha tradicional es autopoiética, es decir, replica los mismos errores, procesos, ideas y estrategias recursivamente, haciendo más de lo mismo, con los mismos.

El fracaso no estuvo en el modelo, sino en los pilares éticos que sustentaron su implementación, y, particularmente, en la descomposición ética y política de quienes administraron el modelo. Esos actores desde posiciones de amplio poder, sin contrapeso, hicieron a su antojo. Y, ahora, ante el fracaso, desaparecen de la escena pública, se restan concentrados solo en sus actividades económicas. Pasaron por el escenario público en completa impunidad. Tampoco se ha escuchado autocrítica, reconocimientos o aprendizaje de esos equívocos, por parte de los Centros de Estudio. Por ejemplo, uno de los más importantes responsables del diseño de esas políticas públicas, de los aciertos y del fracaso, fue el Instituto Libertad y Desarrollo. Este, más que abrir una reflexión, aplicó la Cultura de “Cancelación”[2], negacionismo, intentando invisibilizar, silenciar o tratar con desdén, a quienes plantearon la autocrítica (endógena) en el sector. Nada es peor que ver como otredad a la mismidad, particularmente cuando lo que se reclama es coherencia, respeto y consideración. Empujar a los propios hacia la otredad los transforma en adversarios. Es imponer la lógica de la violencia como fuente generadora de poder. Ese parece ser el erróneo enfoque transversal en la política.

Luego, actuó la Ley de la Causalidad, toda causa tiene un efecto, la acción pendular en el proceso democrático, entregó el poder a una nueva generación de Izquierda, que ganó el Gobierno y obtuvo mayoría en el primer ejercicio de Convención Constituyente, la que, por exacerbar el sectarismo y la odiosidad, terminó atropellando tradiciones y la cultura cívica, lo que le significó el repudio y contundente rechazo de la ciudadanía a su propuesta Constitucional. Desde allí han ido de mal en peor. La nueva generación gobernante autoproclamó su superioridad ética frente a la generación anterior. Pero, a poco más de un año, el gobierno está sumido en groseros escándalos de corrupción, el liderazgo del Presidente Boric está debilitado y está mal evaluada la gestión del Gobierno.

La crisis del modelo chileno fue anunciada con anticipación y reiteradamente: la Revolución Pingüina (2006) y el Movimiento Estudiantil (2011). No se escuchó los llamados de alerta que muchos hicimos en la política (Cancelación), tampoco se atendió el clamor ciudadano. Se actuó con excesivo dogmatismo economicista y financiero. El estallido social del 18 de octubre de 2019, en el caso de Chile, surge desde una sociedad fastidiada por el desdén de los políticos (transversalmente), segregada y abusada por un sentido minimalista de la dignidad humana. El modelo había sido llevado al extremo y terminó colapsando por errores endógenos, de los propios. Un colapso desde la mismidad, por radicalización y desprestigio.

En Chile la crisis basal fue de orden ético.  Esto se resuelve superando la visión minimalista de la dignidad de las personas (tensión materialista); con el sentido social del Desarrollo Humano, enfatizando lo valórico y espiritual. La Derecha requiere mejorar su capacidad de comunicación, empatizar con los temas de la cultura, proclamar su sentido social y trabajar su imagen en algunos aspectos muy negativa, que sobrelleva como un Karma. Se debe asumir que la soberanía reside en el pueblo chileno y la élite (política y económica) no pueden buscar atajos, ni los políticos pueden desatender los llamados de la ciudadanía. Dicho directamente, se requiere democracia, la promoción del Desarrollo Humano, un nuevo pacto social, fundado en los valores de la Ética y el Humanismo, en el contexto de la emergente Sociedad Digital, la Inteligencia Artificial y la Automatización. El sector debe ir más allá de proyectos personales e intereses de grupos. Se requiere UNIDAD, liderazgos habilitantes, con disciplina y orden, que integren la diversidad y lo social, en el respeto mutuo. Todo lo cual es absolutamente alcanzable.


[1] Carlos Cantero Ojeda. Académico, conferencista y pensador chileno. Es Geógrafo, Master y Doctor en Sociología, autor de diversos libros, en los que estudia la Sociedad Digital, la ética y Gestión del Conocimiento.  Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile. Su comunicación dirigirla a: ciudadanocantero@gmail.com[2] La Cultura de la Cancelación, sigue la lógica de las redes sociales (digitales), consiste en intentar anular, silenciar e invisibilizar a personas o grupos por sus pensamientos, opiniones, o comentarios. “Cancelar” es una acción de violencia, difícil de enfrentar, dañina y puede mantenerse por mucho tiempo (en las redes). Es un tipo de bullying grupal, en el que se van sumando personas para anular la otredad. Es peligrosa su normalización, ya que en el proceso la violencia parece constituir la base del poder.

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