La decadencia de occidente: no es nueva, pero tampoco irreversible
Por Bautista Gil Castillo (Uruguay)
Durante los últimos años se empezó a hacer moneda corriente en foros académicos y no tan académicos la discusión en torno a la caída de nuestro hemisferio. Para entenderla y poder hacer algo al respecto, propongo ir a sus orígenes y sus consecuencias actuales.
Ubiquémonos 70 años atrás en el tiempo. Hacía relativamente poco que la humanidad había superado el desastre de la Segunda Guerra Mundial, Europa se estaba recomponiendo, los países vendedores de lo que hoy conocemos como “commodities” aún disfrutaban del dinero que les ingresaba producto de los conflictos en Europa y se marcaba a nivel global un nuevo paradigma de bipolaridad ente Estados Unidos y la Unión Soviética. Mientras los americanos encabezaban a occidente, representando los valores de democracia liberal y capitalismo de libre Mercado, los soviéticos representaban al socialismo o comunismo, en búsqueda de la – imposible de alcanzar – igualdad material y con gobernantes que vivían infinitas veces mejor que sus gobernados. Es en el contexto que describo que, de a poco, las ideas inspiradas en el marxismo fueron llegando a América Latina. Primero estuvo la tristemente conocida por todos, revolución cubana, pero también nos encontramos con que esta inspiró a grupos a lo largo de todo el continente que buscaban alcanzar el poder por la fuerza. Un ejemplo de ello, aunque con fuertes tintes nacionalistas, fueron los tupamaros en el Uruguay, que, pese a que el propio Che Guevara en una gira por territorio oriental les dijo que no estaban dadas las condiciones para una guerrilla en este país y que gozábamos de una democracia plena que no requería de las armas para acceder al poder, igualmente procedieron a imitar el violento fenómeno regional que tuvo preso a América Latina durante una década. El resultado para nuestro continente lo conocemos todos. Luego de ese triste período pasamos a otro igual de negativo, que fueron las dictaduras militares. Ahora bien, una vez que regresó la democracia a nuestros países y la mayoría de gobiernos electos iban del centro a la derecha, empezó por parte de la intelectualidad más tradicional la teoría de que si los liberales nos ocupábamos de la economía y de gobernar, era muy difícil que se instalaran las ideas de izquierda con una fuerza superior a la de la década de los 60s. Grave error; le entregamos al cultura al marxismo, que desde etapas previas a la dictadura venía infiltrándose en ella, y les dimos total Libertad de reescribir el pasado, el presente (¡!) y, en consecuencia, el futuro… Pero como si fuera poco, los países del norte, llámese Estados Unidos o España, empezaron a observar estos fenómenos y a darle atención a lo que estos nuevos intelectuales de izquierda decían, lo cual de a poco fue generándoles un complejo de culpa, que luego se extendió y es la razón por la cual hoy los americanos y los españoles tienen el gobierno que tienen. La estrategia de la izquierda luego de que la gente, sedienta de Libertad, tiró el Muro de Berlín, fue bien sencilla: suplantar la lucha de clases, que había quedado derrotada por la realidad, por otras luchas. Es así que llegamos al panorama actual, donde se enfrenta a las personas LGBT con los heterosexuales, a los negros con los blancos, a los hombres con las mujeres, etc. Porque si algo tuvo siempre bien en claro la izquierda desde Marx en adelante es la vieja máxima del “divide y reinarás”. Es así que se fomentó un complejo de culpa nunca antes visto en los países más desarrollados y un resentimiento sin precedentes en los menos desarrollados, como es el caso de nuestra América Latina. ¿Alguien hubiera imaginado 30 años atrás que países como Uruguay y Argentina, antiguos símbolos de movilidad social y de educación, tendrían los resultados que actualmente tienen? ¿O, yendo a Europa, que España tendría un gobierno ya no solo feminista, sino que hembrista? ¿O un Partido Demócrata que necesita de un ala filo marxista para poder gobernar y que cada vez se aleja más del espíritu de Libertad de los Padres Fundadores? Pareciera ser que está todo perdido, pero ciertamente no lo está. Es posible revertir esta situación. Hasta la aparición del capitalismo, hace entre pocos siglos atrás, la amplia mayoría de la humanidad estaba sumamente empobrecida. Pensadores como Locke, un adelantado a su tiempo, lograron ver cómo la propiedad privada, que lo que es de cada uno esté claramente determinado, iba a ayudar al progreso individual, pero también social. Luego vino Adam Smith, hablando de que no hay nada de malo en que yo le quiera vender a usted un determinado producto en búsqueda de mi propio beneficio personal, ya que en dicha búsqueda yo le venderé a usted un bien de mejor calidad a un mejor precio y usted se beneficiará también y, si no lo hace, alguien me desplazará y le ofrecerá lo que busca. Finalmente, ubicamos a la Escuela Austríaca, demostrando que las cosas en la vida se dan por orden espontáneo y valoraciones subjetivas y que, gracias a Dios, no es posible para ningún gobierno lograr la igualdad material (no así ante la ley, que es más que necesaria, aunque los socialistas no crean en ella), porque eso significaría que somos gobernados por seres omnipresentes, omniscientes y omnipotentes, es decir, dioses. Por suerte, somos seres libres, y es en esa Libertad que nosotros debemos de dar la lucha por vivir en países que promuevan la igualdad de oportunidades y que, en base a ello, cada uno se desarrolle autónomamente. Basta de gobernantes ricos de pueblos pobres a los que les tiran pequeñas propinas para adormecerlos. La igualdad material, por más linda que suene, es inalcanzable, porque los bienes son finitos y no existe ningún Dios sobre la Tierra que pueda prever qué acciones tomaremos en el futuro cada uno de nosotros para asegurarse que todos tengamos lo mismo; la única “solución” sería la cubana, que todos seamos igualmente pobres. En conclusión, estimado lector, lo invito a salir a la calle y dar la pelea. Vayamos al ámbito que nos toque y demos la discusión, demostremos por qué la Libertad, sistema base de occidente, es el mejor sistema encontrado hasta ahora. No tengamos miedo de dar nuestra opinión, de debatir, discutir, intercambiar, entender al otro para saber por qué piensa como piensa y cómo podemos convencerlo. Eso sí, sin nunca dejar de aprender, de leer, de escuchar. Solo así ganaremos esta batalla y podremos extirpar el virus socialista de nuestro amado hemisferio.